La metamorfosis

Aquella mañana me levanté con un extraño hormigueo; al moverse los dedos de las manos y los pies chirriaban como máquinas; sobre ellos un tejido seco y arrugado se extendía y desplegaba con dificultad; sentí un cosquilleo en el cutis.
Inspiré, entre el sueño y la vigilia, probando el sabor del aire; un olor nauseabundo ofendió a mis sentidos haciendo que volviera en mi. Sudaba a mares.
Decidí abrir la ventana. La noche debía haber sido sofocante y seguramente aquel calor denso era el culpable de mi malestar. Con un gran esfuerzo me bajé de la cama. ¡Dios, como me pesaba todo el cuerpo!. A pasos inciertos me acerqué a la pared en la más absoluta oscuridad, giré la manilla y empujé los cristales hacia fuera: Un golper de aire gélido, que a mi me resultó fresco, me abofeteó. ¡Renacía! En un instante sentí cómo se evaporaban las infinitas gotitas de sudor de mi frente y los pómulos se secaban. Las piernas recuperaron su vigor y estabilidad. Los pulmones se dilataron en un eco casi inquietante de caverna, que se vuelve a llenar de aire tras siglos de absoluto hermetismo.
Era una mañana de intensa actividad laboral para mi como para el resto de la ciudad: un torrente de coches serpenteaban bajo un cielo despejado, el sol saldría dentro de poco por detrás del n°1 de mi calle, justo enfrente de mi apartamento.
Volví a respirar por segunda vez para ahuyentar definitivamente al olor rancio de la noche, pero el nauseabundo hedor con el que me había despertado volvió a hacerme cosquillas en la nariz. ¿Qué era lo que producía un tufo semejante?
Miré otra vez el cielo: azul y despejado como una declaración de inocencia. La solución se me presentó obvia:¡Era yo!.¡Era yo quien olía de ese modo!. No sabría explicar cómo, pero sólo entonces me miré el cuerpo, hasta ese momento no lo había hecho.
Una espesa mata de pelo recubría mis brazos: una auténtica piel animal sucia y despeinada escondía el perfil irregular del radio derecho, fracturado años antes, y el otro más elegante y regular del brazo izquierdo.
Me quedé helado; recogí toda la energia que me quedaba para mover aquel cuerpo que había vuelto a su fatiga de pocos minutos antes, para acercarme el espejo. Me encontré con un retorcido tronco de encina que ocupaba las cuatro quintas partes de la superficie reflejante; con dificultad, tras los pliegues grasientos y la corteza podrida, peluda y negra, reconocí las caracteristicas de los miembros; las articulaciones, esponjosas y redundantes; y los dedos, hinchados como colillas de puro. Boquiabierto descubrí -con el olfato y con la vista- el flujo de aire pestilente que nacía de mi cavidad oral, ánfora horadada en los labios; recogían el testimonio no dos remolinos de roca volcánica cubiertos de musgo hasta el borde.Las arrugas sobre los pómulos iban a apagarse en torno a las órbitas donde dos ojos humanos -¡Los mios!, ¡Los reconocìa bien-! encastrados lloraban.
¿Que había pasado? ¿Que me había hecho llegar a este deprorable estado? ¿De que manera podía haber soportado una metamorfosis asì?… Lloré desesperado, sin poder entender ni explicar la situación.
De pronto la puerta se abrió, era mi madre.
- ¿Ya estàs despierto? - Preguntó con su voz aguda. Yo no tenía valor para girarme, y por primera vez en mi vida me sentí avergonzado de estar en calzoncillos delante de ella.
- Mamá…- Mi vergüenza era insoportable, y continuaba desprendiendo un olor asqueroso.
- El desayuno está en la mesa.
- Mamá, no sé que me ha ocurrido; los pelos, la grasa… este maldito olor… ¡Qué apuro!. ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué esta transformaciòn?
Me volví hacia ella llorando, mi madre estaba sorprendida pero no asustada de mi demoniaco aspecto.
Me respondiò sonriente:
- No te ha pasado nada, estas exactamente igual que ayer, que antes ayer y probablemente igual que estarás pasado manyana.
Me recorrió un escalofrío; en un momento todos los elementos después de 24 años confluyeron en un terrible conocimiento; yo era un monstruo y no lo sabía.

(traducido por Estibaliz Espejo-Saavedra Hormaechea)

[Franz Kafka]